Notre Dame en llamas

 A

Ricardo Alfredo Bello, polímata

Franklin Padilla Guzmán, quironímico






Notre Dame en llamas

(Abril 2019)

Cuando ocurrió el lamentable incendio de Notre Dame, recibí un reenvío por Whatssap de un texto escrito por un anarquista, que aproximadamente decía “Notre Dame sólo alumbra cuando arde”.  Me lo envió un amigo al que aprecio mucho. Le respondí, también aproximadamente, que era una frase lamentable y que hubiese preferido no haberla leído. Además, pensé, que, con ese mismo aparato mental, cañonearon los Budas de Bāmiyān, al noroeste de Kabul, por ser contrarias al Corán.  También recordé el derribo de la Estatua de La Libertad, en ese momento a la entrada de Valencia, y el de la Estatua de Cristóbal Colón en Caracas, en ambos casos, por ser contrarias al pensamiento revolucionario. “La revolución no necesita científicos” dijo el verdugo que guillotinó a Antoine Lavoissiere en 1794, separando de su cuerpo una de las testas más ilustres de la Francia de su tiempo. 

Notre Dame es una Catedral Gótica del Siglo XIV, que además de estar dedicada a la Virgen María, conserva reliquias como la “Corona de Espinas” y uno de los clavos de la crucifixión de Jesús, aparte de algunas obras de arte de alto valor estético y espiritual. Siempre pienso en el Dr. José Luis Vethencourt, distinguido psiquiatra y humanista venezolano, quien alguna vez me dijo que todos tenemos charcos en el inconsciente, pero que no es bueno acampar en ellos, ni mucho menos organizar la vida desde esos espacios, porque hay lugares del espíritu mucho más gratos y valorables para definir el sentido de nuestra existencia.  

Sin embargo, todas las emociones y los sentimientos pueden ser trabajados estéticamente. Insisto en que la emoción cruda solo sirve para chapotear en el charco del que nos recomienda apartarnos el Dr. Vethencourt, pero otra cosa es el trabajo estético sobre la emoción.  Nada como la música para esos altos propósitos. Allí donde no llega la palabra más elocuente, en ese momento de júbilo donde San Agustín recomendaba ceder el lugar a la interjección, el afecto sólo puede expresarse en su totalidad como música, colocada más allá del verbo y en el mismo lugar donde se gesta la emoción o el sentimiento.  De tal manera que la ira, el sufrimiento, el amor sublime, la ternura o el odio más enconado sólo pueden salir de los charcos si se los trabaja estéticamente.  Decía Adán de Fulda en el lejano Quattrocento, que hay una correspondencia entre ocho modos musicales y algunos “affetti” o estados afectivos. “Omnibus est primus, sed alter est tristibus aptus / Tertius iratus, quartus dicitur fieri blandus / quintum da laetis, sextum pietate probatis / septimus est juvenum, et postremus sapientum (Para toda circunstancia vale el primero,  el segundo es apto para asuntos tristes / el tercero para la expresión airada, el cuarto para las cosas suaves / el quinto para lo alegre, el sexto para lo piadoso / el sexto es bueno para temas juveniles, y el último para lo sabio)”.  Y es precisamente de música de lo que quiero hablar, un arte del Quadrivium para el que nací sin ningún talento y donde reconozco que mi ignorancia oceánica se ha convertido en una curiosidad gigantesca que crece dolorosamente cada día. 

Cuando recibí el reenvío del anarquista (reconozco que quedé lastimado), no había llegado a mis manos, un texto que generosamente me envió desde España mi querido amigo Ricardo Alfredo Bello, escritor de altos quilates y fina pluma. Las citas entrecomilladas de arriba y la mayor parte de las ideas que trabajo a continuación, proceden de un libro maravilloso del filósofo y musicólogo español Eugenio Trías, que se ha covertido en una grata y fascinante iluminación de mi ignorancia musical (1).  Quisiera expropiarle un trocito del conocimiento musical y cultural a Franklin Padilla, para leerlo con mayor provecho. Resulta ser que la lectura de ese libro me ha revelado una razón muy importante para pedir cuidado, admiración y respeto por la Catedral de Notre Dame. Es en este hermoso monumento religioso donde, apenas se trabaja en su edificación, aparecen el tetra y pentagrama, lo cual es nada menos que una revolución paradigmática en la escritura musical que permite el contra punctus, porque además del tenor (el que sostiene) que proporciona la línea de base del discurso melódico, se pueden agregar otras voces arriba y abajo, vertical y simultáneamente. No se suprime el componente diacrónico, que habla de secuencias, ritmos y compases, sino que se agrega una posibilidad que no estaba antes de Notre Dam, donde Léonin, Pérotin y otros grandes músicos proponen el nuevo “organum” vocal, nombre con el que luego se designa al instrumento de viento más conocido y celebrado de la Santa Catedral, que llena solemne todo el espacio sonoro, el Órgano de Aristide Cavaillé-Coll, el mismo que aspiran tener el honor de tocar los mejores organistas del mundo.

¡Aleluya, Notre Dame!

Carlos Rojas Malpica  

(1) Trías, Eugenio. La imaginación sonora. Argumentos musicales. Galaxia Gutemberg, S.L.: Barcelona, 2018. 

Valencia, agosto 2021








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