De la necropsia a la subjetividad. Un relato atribuido a José Gregorio Hernández

 A mi ahijado, Dr. Miguel Ángel De Lima,  en celebración de nuestro antiguo parentesco metafísico y fecunda alianza creativa

Al Dr. Trino Baptista Troconis, muy distinguido psiquiatra venezolano, siempre a la vanguardia en la investigación en neurociencias


De un fallido juego con una necropsia a la filosofía de la subjetividad (a partir de un relato atribuido a José Gregorio Hernández)

El relato que voy a comentar no está comprobado ni certificado por la historia, forma parte de una tradición oral vaga e imprecisa. Independientemente de la precisión o veracidad histórica, le atribuyo un enorme valor pedagógico y gran profundidad científica y filosófica. 

Se dice que en una ocasión, al entrar el Dr. José Gregorio Hernández (JGH) a su casa, recibió una llamada de algunos colegas -cuyos nombres omito deliberadamente- pidiéndole trasladarse de inmediato al Hospital Vargas.  Allí se presentó tan pronto como pudo, donde lo esperaban en la sala de autopsias, eminentes médicos de su tiempo.  “José Gregorio, te llamamos con urgencia, porque hemos examinado exhaustivamente el cuerpo de este hombre, pero no hemos encontrado el alma por ninguna parte”.  Veamos la respuesta en el párrafo siguiente.

JGH  era un profesional muy bien formado. No solamente se había graduado con honores y estudiado en París con un maestro de la microbiología, que llegó a recibir el Premio Nobel, sino que era un políglota que sabía latín, griego, francés, inglés e italiano,  tocaba el piano con mucho estilo y tenía ya  un largo recorrido por los caminos de la filosofía. No dudo que debía conocer la obra de Kant, y posiblemente la del filósofo francés Henri  Bergson.  Sin esas aptitudes no se puede comprender su respuesta, que no fue una simple ocurrencia afortunada. “Ustedes están intentando ver con los ojos, lo que solamente se puede contemplar con el espíritu.  La vista solo toma contacto con la superficie de las cosas, y el alma no es una cosa.  Con la vista se puede examinar la superficie de los órganos, el color de la piel, o aumentando su potencia con el microscopio -que bien saben manejo correctamente-  la estructura de los tejidos o las células. Pero jamás lograrán ver el alma con los ojos”.  Y fue así como dejó perplejos y en silencio a los colegas que pretendieron jugarle tan pesada broma.  

A pesar de que la etimología de la palabra “psiquiatría”, de raíces griegas, remite a alma y medicina (ψυχη ιατροι),  y entonces la podríamos traducir como “medicina del alma”, mi identidad de psiquiatra no me impulsa a ser médico “del alma” o incorporar “del alma” en el campo epistemológico de la ciencia que practico con entusiasta vocación y calado humanístico. Prefiero, por reconocer mis limitaciones en ese campo, dejar en manos de la teología y la religión, todo lo concerniente al alma y su cuidado (φροντιδα ψυχεσ), y quedarme, mucho mas modestamente, en el estudio y cuidado del sujeto y su expresión psicológica como subjetividad, para de una vez, declarar que tampoco es posible encontrar la subjetividad en ninguna autopsia, porque su encuentro sólo es posible -desde mi propia subjetividad- a través de métodos muy rigurosos como la fenomenología o el psicoanálisis. 

Ya no con la autopsia de antaño,  sino con la microscopía electrónica, los estudios de imágenes cerebrales, o con los más finos registros de la actividad bioeléctrica o electromagnética cerebral, se ha pretendido tener en las manos, al fin, la fotografía del pensamiento. Me temo que esa valiosa tecnología, tampoco va a permitir aprehender ese tesoro escondido en el sujeto.  Ni la más exhaustiva biopsia, ni los estudios de imágenes o bioeléctricos cerebrales más avanzados, podrían toparse con la ecuación de la relatividad o las de los campos gravitacionales en el cerebro de Einstein, en el supuesto de que pudieran hacerse (entiendo que se ha estudiado su cerebro a la luz de la histología moderna, sin ningún resultado llamativo, salvo que es un cerebro, estructuralmente, del todo convencional). Así que sería mucho más fácil encontrarlas en los libros y en sus publicaciones científicas, que en un trocito de su privilegiado y fértil órgano del conocimiento. Veamos cómo las investigaciones realizadas por los más importantes neurocientíficos han logrado hacernos comprender complejos y difíciles procesos que fundamentan la actividad cognitiva o mental, en su más amplio sentido.  

Desde los trabajos de Cajal sobre las redes  neuronales, pasando por los de Broca y Wernicke sobre el lenguaje, hasta los más recientes, como la “Teoría Seleccional de los Grupos Neuronales” de Gerald Edelman, los trabajos de Damasio sobre la filogénesis del self y la mente,  las “neuronas espejo” de Rizzolatti, o las “neuronas Ghandi” de Vilayanur Ramachandran, los estudios sobre el tiempo y la actividad motora de Rodolfo Llynás, la fascinante hipótesis del exocerebro del mexicano Roger Bartra, o cualquier otro adelanto que se quiera mencionar, se ha avanzado mucho en el conocimiento de los fundamentos biológicos de la actividad mental.  Se ha llegado incluso, a proponer que el cerebro es una materia “mentante” o que no hay ninguna diferencia entre actividad mental y actividad cerebral.  Se debate si los qualia (experiencias fenoménicas, dadas solamente en primera persona) son de una naturaleza distinta de la materia cerebral que les da sustento, y si existe un código ncRNA sensor de qualia, que exprese un sentido teleonómico del proceso filogenético.  Otros en cambio, piensan que los qualia son epifenómenos, sin ninguna capacidad de reverberar sobre la actividad cerebral y por lo tanto, sobre el comportamiento.  Es en este punto, donde aparece la neurofenomenología, una propuesta del científico chileno Francisco Varela, que quiere empalmar la investigación  en tercera persona de las neurociencias con el rigor contemplativo de la fenomenología en primera persona, una empresa que cada vez conquista mas investigadores, muchos de ellos del campo epistemológico de la psiquiatría.  Para seguir adelante, será bueno recordar a Bergson, que a lo mejor nos acerca a la interesante lección del Dr. José Gregorio Hernández, y sus posibilidades de ajuste a la psiquiatría.

Refiriéndose al porvenir, decía Bergson que, ni aún disponiendo de toda la información  y métodos de cálculo necesarios, es posible predecirlo.  Hay en el porvenir un quantum de incertidumbre, de novedad impredecible y azarosa, que no permite calcularlo con la precisión de un viaje espacial.  Si hubiésemos dispuesto de toda la información, de todas las variables dependientes e intervinientes, aunados a las mejores técnicas de cálculo de probabilidades, referidas a París, Buenos Aires, Nueva York o El Tinaco de hace 50, 20 o 10 años, no hubiese sido posible prever lo que hoy ocurre en cada una de esas importantes ciudades. Sin embargo, estacionados hoy en cada una de ellas, es posible deducir los procesos y rescatar las lógicas que produjeron el presente de dichas urbes.  Luego, parece ser que no hay una “lógica prospectiva” para calcular con exactitud el porvenir, pero si es posible explicarlo, una vez llegado al presente, con una “lógica retrospectiva”.  Claro que no hemos querido ampliar los plazos a los miles o millones de años de la filogénesis, ni a los más reducidos de la ontogénesis, que nos llevan desde el huevo original hasta los adultos que ya somos, porque entonces todo resultaría infinitamente más complicado.  

Pues bien, aparentemente la misma incertidumbre que parece gobernar los complejos procesos sociales, filogenéticos y ontogenéticos, también está presente en los milisegundos que toman los procesos cerebrales para florecer como actividad mental, afectiva, cognitiva o como se la quiera llamar.  No es posible saber que va a pensar, ni siquiera, ya en el instantáneo presente, que está pensando, un sujeto, aunque se disponga de los mas finos y rigurosos  registros de su actividad cerebral.  No queda otra opción que esperar que el sujeto diga o exprese sus contenidos mentales para saber cómo y por qué el cerebro se activó de tal o cual manera.  De nuevo, la lógica retrospectiva nos permite comprender los procesos previos, pero no es posible deducir a través de ninguna lógica prospectiva conocida hasta ahora, las resultas de la activación cerebral que produjo el pensamiento o el pathos subjetivo.  No podríamos, estudiando el cerebro de Dudamel, saber qué pieza musical está trabajando interiormente, como tampoco la ecuación en la que piensa el astrofísico para llevar una nave al espacio.  Tampoco cuando una mujer piensa en lo que no existe, en su descontento o en alguna demasía. Otra vez nos tocan la puerta Descartes y Kant,  así como los mejores pensadores del idealismo alemán, para recordarnos que todo debe ser legalizado en la consciencia o en la vasta subjetividad, para que logre acreditar su existencia.

Así que estamos, entonces, ante un grave problema epistemológico a resolver en la construcción de nuestro saber. De toda la medicina, la mejor equipada para abordarlo es la psiquiatría.  Fue gracias a la inmensa exploración fenomenológica de Karl Jaspers que se pudo organizar todo el departamento de la psicopatología. Pero Husserl, protagonista histórico de la fenomenología contemporánea, y no nos olvidemos, también de la egología, todavía da para mucho más.  Sin la metafísica alemana, la psiquiatría de nuestros días no podría comprender casi nada.  Aparece entonces la gran proposición de Francisco Varela de la neurofenomenología. Una coalición de las ciencias del espíritu y de la naturaleza para fundar una nueva antropología, que ahora sí, logre resolver la dicotomía cartesiana de la res cogitans y la res extensa.  Reto apropiado para la psiquiatría, ciencia heteróclita y heterológica, donde si no se piensa, no se entiende nada.


Dr. Carlos Rojas Malpica

Profesor Emérito de la Universidad de Carabobo

Valencia. Venezuela


PD:  Este es un comentario para compartir con amigos y colegas en las redes sociales.  No tiene el rigor de un artículo científico.  La fuente principal de sus contenidos procede de un trabajo más extenso, todavía inédito, realizado conjuntamente con los colegas hoy homenajeados por mí, Dres. Miguel Ángel De Lima y Trino Baptista Troconis.  Por lo tanto, agradezco la benevolencia a la hora de su lectura, honorables colegas y amigos.


Valencia, junio, 2020. 


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